sábado, 9 de julio de 2011

Tiempo de escribir I.

LA TÉCNICA DEL FRESCO

El interés por pintar murales al fresco en California comenzó en los años veinte, cuando un profesor de arte del plantel de Berkeley de la Universidad de California, Ray Boynton, fue a México a estudiar el género artístico que "los tres grandes" (José Clemente Orozco, Diego Rivera y David Alfaro Siqueiros) se empeñaban en revivir de la antigüedad europea. Rivera en particular estadió en Italia el fresco de la Edad Media y el Renacimiento y volvió a México de su estancia en el extranjero a comenzar a trabajar esa técnica en 1921.

La técnica del fresco requiere concentración y espontaneidad. Aunque el artista por lo general colorea con pigmentos minerales, siguiendo los contornos de un dibujo que previamente se aplicó directamente sobre el húmedo muro recién enyesado, el muro mismo debe haber sido acicalado con toda propiedad. Por lo general, el yesero se presenta muy temprano el mismo día en el que se comienza a pintar (giornate es un día de trabajo) para aplicar una delgada capa de yeso sobre el boceto de carbón - a duras penas los elementos del dibujo abarcan un área de unos dos pies cuadrados. El artista, empleando un pequeño pincel (a Rivera, según uno de los pintores al fresco de la Torre Coit, Takeo Terada, le gustaban los pinceles para caligrafía hechos en Japón), aplica los pigmentos poco a poco, por lo general sobre una base de wash negro para asegurar la uniformidad del brillo del color. Una vez seco el yeso, las partículas de color quedan suspendidas sobre la superficie; el fresco terminado conserva el brillo de sus colores para toda la vida, pues en el medio físico adecuado ni se atenúa ni se cuartea. Si no se les mortifica, con el tiempo los colores se vuelven aún más hermosos, pues la superficie de yeso desarrolla un "cristal" que intensifica los matices del color mineral. Por este motivo, hace poco, cuando los restauradores limpiaron el humo del incienso y la pátina de varios siglos, los frescos de Miguel Ángel en la Capilla Sixtina en el Vaticano resultaron hoy más brillantes de lo que cualquiera  hubiera esperado.  







Bibliografía: Zakheim, Masha. (2001). Diego Rivera. México: Círculo de Arte.

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